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Es evidente que existe toda una campaña, orquestada por innumerables
medios de comunicación, dirigida al desprestigio de lo que se entiende
comúnmente por sindicalismo; campaña que ha sido calificada de
despiadada por parte de uno de los dirigentes de CCOO, puesto que contra
esa organización y contra la UGT va dicha campaña, principalmente. Sin
embargo, en plena campaña general contra los trabajadores, dentro de la
cual se enmarca la campaña específicamente antisindical, hay que pensar
que no sólo se pretende propiciar el descrédito de CCOO y UGT, sino,
sobre todo, la degradación del propio concepto de sindicalismo, puesto
que el sistema sabe perfectamente (por ello las tiene a su servicio) que
cualquier parecido entre CCOO y UGT y el auténtico sindicalismo es mera
coincidencia. Y ese sindicalismo auténtico es el que no sólo no está
obsoleto, sino que sigue siendo tan necesario como siempre.

En la situación actual, en la que nos encontramos ante una más de las
crisis periódicas del capitalismo, lo que está obsotoleto es el
supuesto sindicalismo practicado por esas organizaciones
colaboracionistas y pactistas, puesto que cuando existe cierta bonanza
económica es fácil conseguir de los capitalistas algunas migajas del
gran pastel, a cambio de las cuales ellos consiguen la paz social.

El único sindicalismo válido en estos tiempos es el sindicalismo
genuino, el sindicalismo combativo y revolucionario; en suma: el
anarcosindicalismo preconizado por la CNT, porque en los tiempos
difíciles sólo con dura lucha se pueden alcanzar conquistas económicas y
sociales, al tiempo que se potencian los mecanismos de autodefensa de
los trabajadores, pues para la autodefensa y la lucha nacieron,
precisamente, los primeros sindicatos dignos de tal nombre.

Es palpable la incomodidad que sienten los dirigentes de CCOO y UGT
al verse maltratados por sus amos, pero ¿qué creían?. Han podido
comprobar (como otrora los asesinos de Viriato) que Roma no paga a
traidores, o que -como dijo el clásico- el traidor no es necesario,
siendo la traición pasada. Después de más de treinta años de actuar en
connivencia con el Poder y en contra de los intereses de los
trabajadores, no les queda traición alguna que cometer, por lo que ya no
les necesitan, prácticamente, quienes siempre les han utilizado.

Lo cierto es que desde los primeros años de la llamada Transición se
potenció -con el apoyo entusiástico de CCOO y UGT- un tipo de
sindicalismo vertical, en nada distinto del franquista, y se ideó el
sistema de elecciones sindicales, con la intención de que los comités de
empresa suplantaran al verdadero sindicalismo de clase. Toda una serie
de pactos sociales, y la promulgación del llamado Estatuto del
Trabajador y de la paradójicamente denominada Ley Orgánica de Libertad
Sindical, completaron la operación. Así, la Patronal y el Estado se
salían con la suya, y los sindicatos mayoritarios conseguían, a cambio,
la financiación de sus estructuras pasando a ser verdaderas
instituciones del Estado, con cargo a los Presupuestos Generales del
Estado y a los de las Comunidades Autónomas.

De esa manera han conseguido una masa trabajadora domesticada,
desmovilizada y desmoralizada. Y es a esa misma masa a la que ahora
pretender movilizar. Nos consta, eso si, que van a poner todo su empeño
en que el paro del día 29 tenga el mayor éxito posible, pues están en
juego sus privilegios; incluso se han dignado dirigirse a otras
organizaciones, intentando formar un frente común, y lo hacen porque hoy
necesitan a quienes durante décadas han despreciado. Ello demuestra,
por otra parte, que el número de afiliados no es lo más importante, sino
la combatividad, y esta la da la conciencia de clase. El problema
deriva, al final, de la existencia de dos clases sociales con intereses
contrapuestos, por mucho que algunos lo nieguen o intenten disimularlo.

Ha dado mucho que hablar el tema de los liberados sindicales en la
Comunidad Autónoma de Madrid, y nuestra postura es clara al respecto:
que desaparezcan los liberados sindicales (pero todos), que desaparezcan
las subvenciones de cualquier tipo, y que desaparezcan las elecciones
sindicales, puerta de entrada a todas las prebendas y a todas las
corruptelas que el sindicalismo colaboracionista conlleva. La CNT lleva
ya cien años de historia, sin liberados, sin subvenciones, sin cargos
remunerados, sin comités con poder decisorio (sino simples órganos de
gestión) y sin más fuente de financiación que las cuotas de los
afiliados. Nuestra historia, nuestra mera existencia, e incluso nuestro
crecimiento actual, son una prueba evidente de que así se hace el
verdadero sindicalismo, siendo celosos de nuestra independencia y
erigiéndonos en defensores de un sindicalismo no entendido como fin en
sí mismo (eso queda para otros), sino como medio para la transformación
social. Y la transformación social auténtica no puede lograrse, es
obvio, desde la integración en el sistema, sino mediante la lucha contra
él hasta su desaparición.

Periódico CNT octubre


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