Antes de profundizar en la institucionalización de los niños,
convertidos al instante en menores, es necesario puntualizar brevemente
algunas ideas: en primer lugar es necesario reiterar la muy dudosa
capacidad de los psicólogos para etiquetar a los niños que se
encuentran en situación de pobreza. son diagnósticos de escasísima base
científica que sirven a intereses de índole muy distinta a los que
luego haremos referencia.

En los centros de menores se producen malos tratos de todo tipo; físicos, psicológicos e incluso ambientales.

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¿Qué pasa en los centros de menores? Primera parte

En los centros de menores se producen malos tratos de todo tipo; físicos, psicológicos e incluso ambientales.

Recientemente la llamada opinión pública se ha
visto sacudida al presentar el Defensor del Pueblo su Informe sobre
centros de protección de menores con trastornos de conducta y en
situación de dificultad social, en el que se denuncia la terrible
situación que viven los menores en los llamados centros terapéuticos.
Lo mismo ocurre en los centros de reforma. Los centros de reforma están
destinados al cumplimiento de medidas judiciales, es decir, donde se
interna a los menores condenados por haber cometido algún delito. En
los centros terapéuticos se interna a aquellos menores a los que se
diagnostica un trastorno de conducta, menores que no han cometido
ningún delito pero que son psiquiatrizados. En estos centros se interna
a niños incluso menores de 10 años, y que al estar en situación de
protección, no tienen un tiempo definido de internamiento, pudiendo
estar encerrados hasta la mayoría de edad.

Así, antes de profundizar en la institucionalización de los niños,
convertidos al instante en menores, es necesario puntualizar brevemente
algunas ideas: en primer lugar es necesario reiterar la muy dudosa
capacidad de los psicólogos para etiquetar a los niños que se
encuentran en situación de pobreza. son diagnósticos de escasísima base
científica que sirven a intereses de índole muy distinta a los que
luego haremos referencia.

Asumida la ausencia de base científica, nos ocupamos a continuación
de otro equívoco socialmente aceptado: el concepto de delincuencia
juvenil no es más que un equívoco rentable formado a base de
extrapolaciones injustas, atribuciones erróneas y sobre todo estudios
interesados a cargo de instituciones determinadas encargadas de
garantizar la estructura social efectivamente existente.

Si nos ceñimos a la realidad y dejamos de lado eufemismos, buenas
intenciones y neolenguas de las leyes escritas pensando siempre en el
bien posterior del menor, sólo podemos decir que ambos tipos de centros
no son sino cárceles para niños (estando además los terapéuticos en un
limbo jurídico), cumpliendo exactamente la misma función que tienen las
prisiones para adultos: venganza institucionalizada y ocultamiento de
las consecuencias de la exclusión social generada por el sistema
socioeconómico capitalista. Las consecuencias sobre el individuo
encarcelado son igualmente destructivas.

Malos tratos en los centros de menores

En los centros de menores se producen malos tratos de todo tipo; físicos, psicológicos e incluso ambientales.

La propia estructura arquitectónica de los centros es maltratdora o
contenedora como aseguran los inventores del nuevo lenguaje sobre
menores. Todas las instalaciones se diseñan pensando en la vigilancia y
las medidas de seguridad, no en su habitabilidad. Las habitaciones son
celdas, generalmente con graves problemas de ventilación debido a las
ventanas de seguridad. Las celdas de aislamiento, "mazmorras
medievales" según Múgica, son indescriptibles. Todas las dependencias
se rigen por la seguridad, todo a base de puertas metálicas, ventanas
de seguridad, cerrojos y demás. Los espacios de los que disponen los
menores son mínimos, y su libertad de movimientos es nula. Incluso para
ir al baño se abren y cierran puertas, cerrojos, controles, etc.

El mobiliario, muy limitado, suele estar bastante deteriorado y es
de tipo carcelario (camastros de metal amarrados al suelo, lavabos
metálicos, etc). Las carencias materiales son la norma, al igual que
los problemas de climatización (frío/calor).

En definitiva, los centros son físicamente hostiles e inhóspitos. La
estancia en ellos es sensorialmente muy desagradable, a todos los
niveles. Y debemos recordar que estos centros son instituciones
totales, de donde los chavales no pueden salir, quedando mucho tiempo
todo su mundo reducido al interior del centro. Por tanto, su mundo
físico se limita a un entorno hostil, desagradable, incómodo,
despersonalizador… y no pueden cambiar esta situación. Estas
condiciones ambientales generan por sí solas un continuo malestar,
elevados niveles de ansiedad y como dicen los propios chavales, mucho
"agobio".

Este agobio se vuelve insoportable al estar la vida en el centro
totalmente regulada por la normativa interna (la escrita y la no
escrita, una especie de "tradición de centro"). Aunque existen
variaciones entre la de un centro y otro, todas son muy similares.
Estas delirantes normativas, cuya aplicación es capaz de desquiciar al
adulto más estable, se basan en una durísima y absurda disciplina cuya
única finalidad es anular por completo la resistencia y la voluntad del
menor. El menor ni siquiera puede decidir cuándo ir al baño, cuándo
beber agua o cuando y sobre qué temas hablar con sus compañeros. En
algunos centros esta situación es llevada hasta la psicosis permanente,
llegando a prohibirse todo contacto físico del menor con los demás
menores o con los trabajadores del centro. Incluso se llega a sancionar
la "comunicación visual no autorizada" como manera de prevenir que los
menores "preparen algo".

Este ambiente terriblemente opresor convierte la existencia del
menor en un esfuerzo continuo por evitar ser sancionado. Algo
prácticamente imposible, ya que aunque mantenga una constante alerta,
el acoso y derribo "educativo" de los trabajadores le llevarán a perder
los nervios en alguna ocasión, empezando así el ritual sancionador,
llevando al menor a un auténtico infierno.

Aislamiento

El abanico de posibles sanciones es amplio (sobre todo en los
centros terapéuticos, donde la falta total de control externo
posibilita que todo tipo de vejaciones se cuelen como medidas
educativas creativas). Pero sin duda la estrella es la separación de
grupo. Bajo este eufemismo se esconden las penas de aislamiento, que
pueden durar hasta siete días consecutivos. Pero como las sanciones se
pueden ir acumulando, los periodos de aislamiento se encadenan y el
menor puede llegar a pasarse meses en aislamiento. Para un menor es muy
fácil terminar en esta situación, ya que un insulto, una mala
contestación, la negativa a obedecer una orden, eructar o "mirar de
manera desafiante" conlleva separación de grupo.

El aislamiento es una tortura, un atentado directo contra la
dignidad y la salud mental de cualquier persona, más para un niño. De
hecho, es relativamente frecuente que durante el aislamiento se
produzcan conductas autolíticas, y se dispara el riesgo de suicidio.
Este hecho es tan evidente que Naciones Unidas prohibe el aislamiento
en el caso de los menores de edad.

Medicación

Otro tema controvertido es la medicación. En los centros
terapéuticos y en algunos de reforma, los chavales están literalmente
drogados, obligados a ingerir de manera crónica altas dosis de
psicofármacos (generando graves problemas a los menores, también a
largo plazo). Incluso esta medicación se llega a utilizar como sanción.
A todo lo anterior, por tanto, se suma una nueva forma de anulación
personal, sibilina pero muy poderosa: la camisa de fuerza química.
Muchas veces personal sin formación sanitaria suministra esta
medicación, pero generalmente ésta es supervisada por psiquiatras. En
realidad esto no tiene gran importancia, Mengele también era médico.
Todo esto se hace no sólo vulnerando una vez más la normativa
internacional, sino que también se viola la propia legislación española
(Ley de Autonomía del Paciente).

Malos tratos físicos

El maltrato físico también es habitual, normalmente camuflado en las
llamadas contenciones físicas realizadas por vigilantes de seguridad
y/o educadores. Durante estas contenciones, de las que se abusa
constantemente siendo muchas veces utilizadas como forma de vejar,
someter y agredir al niño, se pueden producir lesiones, ya que suelen
realizarse con mucha violencia. Y aunque no sea un fenómeno
generalizado, también se producen agresiones físicas directas, en
ocasiones auténticas palizas, que por supuesto quedan impunes. Se
recurre de manera habitual también a la llamada contención mecánica,
que no es más que el engrilletamiento de los niños, llegando en algunos
centros a pasar horas e incluso días atados a la cama.


Otras barbaridades educativas

Muchas otras vulneraciones de derechos básicos se cometen en nombre
de la normativa. Perder el tiempo de ocio es tan habitual o más que la
separación de grupo (además, conlleva que el menor esté separado del
grupo mientras los demás menores realizan actividades de ocio). Y
aunque el menor no sea sancionado, da relativamente lo mismo, ya que el
tiempo libre es muy escaso (el resto del tiempo se emplea en
actividades sin ningún tipo de valor real), y siempre está supervisado.
Generalmente consiste en estar sentado en una sala viendo la televisión
o escuchando música, y se verá o escuchará lo que decida el educador. Y
si el educador decide que se juega al parchís, pues se tiene que jugar
al parchís. Un ocio controlado, supervisado y siempre en una
habitación. Dentro del ocio no se contempla la posibilidad de practicar
deporte, ya que esta es una actividad del centro, obligatoria para
todos. Salvo los sancionados, que no harán ningún tipo de ejercicio
físico (con el aumento de la ansiedad que esto conlleva, y más a estas
edades).

En ocasiones se utilizan formas encubiertas de maltrato físico, como
obligar a realizar ejercicio hasta la extenuación. Se permiten los
registros con desnudo integral, y en algunas ocasiones se ha denunciado
que los menores son obligados a realizar flexiones mientras se
encuentran completamente desnudos en presencia del personal del centro.

A todo esto hay que sumar el trato despectivo, humillante, los
insultos, la violencia verbal, los continuos gritos y amenazas, etc,
que son el pan nuestro de cada día.

El acceso a la cultura se mutila en nombre de la educación, ya que
el equipo del centro también se convierte en tribunal inquisidor que
decide incluso qué lecturas, películas o tipo de música pueden ser
contraproducentes para el supuesto proceso educativo que se está
llevando a cabo con el menor. Es tan lamentable que podemos ver a
educadores escuchando determinadas canciones para discernir sobre su
idoneidad para los menores. Por supuesto todo tipo de material político
está vetado.

Las comunicaciones del menor con el exterior están muy limitadas,
tanto las visitas como las llamadas telefónicas (contraviniendo una vez
más las indicaciones de Naciones Unidas). Sólo las personas previamente
autorizadas podrán comunicar con el menor, y por regla general sólo se
autoriza a familiares directos (pareja, amigos, etc. suelen quedar así
excluídos del mundo del menor durante su encierro). Esto es
especialmente grave en los centros terapéuticos, donde al no haber
control judicial, la decisión sobre las comunicaciones recae
exclusivamente en el equipo directivo del propio centro. En teoría la
correspondencia es libre, pero no es infrecuente que sea leída y/o
retenida si lo consideran oportuno.

En cuanto a la formación, en teoría importante para esa entelequia
que llaman reinserción, poco hay que decir, salvo que existe más en el
papel que en la realidad. El modelo de escuela que ya fracasó con el
menor antes de su encierro, difícilmente va a funcionar entre rejas. Y
más ante la falta de medios de todo tipo. En los centros terapéuticos
muchas veces los niños no están escolarizados (recordemos que hablamos
de criaturas incluso de ocho añitos). En cualquier caso, sólo parece
garantizarse, en reforma, la Educación Secundaria Obligatoria, y para
menores de dieciséis años. En general, el acceso del menor a la cultura
(fundamental para su desarrollo) se considera una pérdida de tiempo. Y
la formación laboral se suele limitar a la explotación del menor, al
que se le encomiendan las labores de mantenimiento del centro que
deberían desarrollar los inexistentes equipos de mantemiento
profesionales. En algunos centros la explotación laboral es más
directa, al realizar éstos trabajos de manufactura de productos que se
venderán en el mercado y cuyos beneficios económicos obviamente nunca
repercutirán en los chavales.

Consecuencias

El paso de los chavales por estos centros de aniquilación personal no
resuelve ninguno de los problemas reales que tenían antes de ser
privados de libertad, y que no eran pocos.

No podemos olvidar el perfil de estos muchachos. Aunque últimamente
se esfuercen en tergiversar la realidad y tratar de convencernos de que
los menores internados en centros son jóvenes de clase media,
descontrolados porque nunca han tenido límites en casa sino que han
sido colmados de caprichos y parabienes y por eso se han convertido en
"pequeños dictadores", la verdad es bien distinta. Sin olvidar que cada
niño es especial, único e irrepetible, es fácil encontrar un hilo
conductor en la vida de la mayoría de estos chicos: la pobreza y la
exclusión social. Provienen de barrios marginales, nacidos en el seno
de familias con muchas carencias de todo tipo, donde el paro crónico de
los progenitores y sus consecuencias psicosociales son la tónica
general, donde con frecuencia asoman el abuso del alcohol y otras
drogas. Casi invariablemente, estos chicos son también víctimas del
fracaso escolar (del que no está demás recordar que no son culpables),
lo que determinará que sus recursos cognitivos sean generalmente
limitados a la hora de resolver problemas de la vida diaria.

En definitiva, niños que desde la cuna han vivido en un ambiente
hostil y estimularmente empobrecido, con la violencia social añadida
que supone su situación de exclusión social (recordar aquí que la
condición de excluido es un hecho pasivo, no se elige sino que viene
impuesta). Estos poderosos condicionantes llevan al niño a ir
adquiriendo unos patrones de conducta y pensamiento que le permiten
sobrevivir con normalidad en este ambiente anormalizado, pero que choca
con los patrones ideales de conducta y pensamiento de los no excluidos.

Las relaciones que el niño establece con el medio van generando una
estructura de personalidad determinada en la que podemos reconocer
ciertos rasgos identitarios (siempre teniendo en cuenta que cada niño
es único e irrepetible). Dentro de estos rasgos sobresalen algunos de
especial relevancia:

Comenzamos por un rasgo cuya relevancia obliga a dejarlo aquí
sistematizado:la confusión de rasgos de su perfil psicológico y
fisiológico que denotan un evidente retraso, y de características que
dejan entrever una biografía en la que el niño ha debido hacerse cargo
de responsabilidades anticipadamente. En definitiva, no se trata de un
crecimiento acelerado o excesivamente lento sino, más exactamente, de
una distorsión completa de su desarrollo a todos los niveles:
fisiológico, cognitivo y emocional fundamentalmente.

La capacidad de digerir el sufrimiento y la soledad. Si tuviéramos
que buscar un origen desde el que fundamentar un estudio de la
personalidad de los adolescentes que nos ocupan, quizá fuera la soledad
su piedra angular. Una soledad que muchos de ellos cuando comienzan a
madurar asumen como innegociable, imposible de eliminar. A esta soledad
va siempre adherida la fuerza interior para digerir dolores de
cualquier índole, como si ellos fueran un ingrediente necesario para
construir el día a día; conviven con él quizá porque les falta la
estima necesaria para acudir al adulto más cercano y quejarse, pero
esto sólo se explica desde la certeza aprendida de que sus dolores
nunca son lo primero para nadie a su alrededor. Cobra aquí especial
relevancia la crueldad de la ausencia de figuras de referencia dentro
de los educadores, tal y como trataremos más adelante.

Desatención selectiva: han desarrollado mecanismos psíquicos para
desatender todo aquello que no les resulta adaptativamente útil desde
su situación de excluidos. Tienen una espectacular habilidad para
reconocer situaciones o ambientes cercanos a la clandestinidad, están
sobreadaptados a situaciones de tensión o de conflicto, pero, a la vez,
se muestran incapaces de seguir el discurso del maestro durante una
clase entera o demuestran una indiferencia total hacia todo lo
relacionado con los aprendizajes inútiles desde su condición de
excluido.

Otro rasgo de singular relevancia es la actitud defensiva y la
agresividad como mecanismo de defensa. Para comprender porqué saltan
instintivamente estos resortes incluso cuando desde nuestra perspectiva
están injustificados, exponemos la cadena causal que los genera:
primero son las condiciones de explotación y la falta de calidad de
vida; como consecuencia el desequilibrio vivencial entre satisfacciones
y frustraciones, y cuando esto es muy frecuente, la consiguiente
vivencia de la realidad como intolerable; luego la necesidad de poner
en juego mecanismos de defensa basados en una aparente dureza emocional.

Extrema dependencia o falta de autonomía. Podemos asumir la
autonomía como el rasgo fundamental de la madurez del sujeto. Esta
autonomía, que nos permite sentirnos a un tiempo solos y dueños de
nuestro proyecto vital, es justamente aquello que hemos logrado merced
a un proceso de maduración cognitiva y afectiva que a estos niños les
ha sido negada desde siempre: las relaciones que los adultos han
generado con ellos y que los centros reproducen sistemáticamente han
estado basadas en la dominación y en el abuso y nunca han logrado un
espacio en el que establecerse y ser respetados, en ninguna de las
esferas de su vida. Para ser autónomo es necesario haberse sentido
antes a salvo en algún lugar y en algún momento y esto es justamente
aquello de lo que estos niños adolecen.

Tomando como punto de referencia estos rasgos identitarios que el
contexto ha generado se produce su catalogación de delincuente juvenil
que puede ir acompañada de un diagnóstico psiquiátrico sobrevenido.

Llegados a este punto en el que prevalece la etiqueta social sobre
su condición de persona, pasa de ser un niño en peligro a un menor
peligroso y por tanto pasa a ser objeto de represión. Y llega al centro
de menores. Y allí su vida se convierte en un continuo sinsentido.
Porque le han dado el cambiazo: aunque siga llevando muy adentro el
paro familiar, el alcoholismo paterno y la desesperación de sus
hermanitos, sus problemas pasan a ser los que le marcan en la vida
cotidiana del centro. No tiene que preocuparse por tener para comer,
sino por evitar el aislamiento y ganarse el privilegio de poder hablar
por teléfono con su madre. Ya no tiene que enfrentarse a los problemas
reales que le planteaba su dura condición vital, porque ya no tiene
vida propia, sino que debe defenderse como pueda de los constantes
ataques del centro hacia su condición de persona. Su mundo real
desaparece poco a poco de su mente, ya que su mundo pasa a ser la
mentira del centro de reeducación (¿qué es eso de reeducar?). Se van
debilitando poco a poco sus vínculos sociales, porque ahora vive en la
sociedad artificial del centro, con reglas y formas ajenas a la vida
real. "Lo de fuera" poco a poco se convierte en algo ajeno al niño.

Cuando recupere su libertad, el chaval tendrá totalmente destruída
la poca autoestima que tenía antes de ser preso. Tendrá serias
dificultades para relacionarse de nuevo con la gente "de fuera",
incluso con los suyos, ya que separar de la sociedad no sólo impide
aprender a socializarse correctamente, sino que merma las habilidades
previamente adquiridas por el chaval. Muchos de ellos además sufrirán
un fuerte estrés postraumático, y mucho tiempo después de estar libre
seguirá escuchando los cerrojos al cerrar los ojos. Su afectividad
estará embotada, aturdida, descontrolada, y tardará mucho tiempo en
recuperarla, si es que alguna vez lo consigue. En resumen, aunque
físicamente esté en libertad, su mente puede que siga encarcelada. Y la
libertad vigilada posterior al encierro afianzará esta sensación de
seguir preso de alguna manera.

Pero cuando el menor recupere su libertad, el paro familiar seguirá
presente, al igual que el alcoholismo y todas las carencias de su
barrio. Sólo que posiblemente algunos de los suyos ya no estén, o ya no
estén para él. Su situación vital será la misma que la anterior a su
ingreso en el centro, pero su capacidad de adaptación a esa realidad
será menor, y sus lazos sociales estarán más deteriorados. Muchos
terminarán en la cárcel, algunos encontrarán una muerte prematura,
otros conseguirán salir adelante pero a pesar de y no gracias a su
estancia en los centros de menores. Aun así, estos supervivientes,
dignos de admiración, también habrán sufrido un gran daño interior, que
de una forma u otra les acompañará durante toda su vida.

¿Qué pasa en los centros de menores? Segunda parte

El porqué de las cosas

¿Por qué pasa todo esto en los centros de menores? Respondemos a
esta pregunta con otra, formulada en su día por una menor internada en
un centro terapéutico: ¿cómo es posible que le quiten la tutela a mis
padres para dársela a una empresa?

Esta pregunta, que sólo puede responderse bajo la lógica del llamado
libre mercado, es la clave. ¿Cómo es posible que la vida de estos niños
dependa de empresas de servicios subcontratadas por las
administraciones? Es posible porque los niños de las familias sin
recursos, como no pueden ser consumidores, han pasado a ser bienes de
consumo. Se han convertido en objetos susceptibles de generar
beneficios a terceros.

Para entender cómo hemos llegado a esto, es necesario hacer un breve
repaso a la historia social de nuestro país. Lo haremos a través de la
historia de la pobreza y su evolución.

Pobreza carencial

Nos situamos todavía bajo el franquismo. La inmigración del campo a
la ciudad había generado barrios nuevos, muchos de ellos a base de
infraviviendas, donde sus habitantes viven en situación de pobreza, una
pobreza que todos identificamos con carencias materiales por falta de
recursos económicos. Este tipo de pobreza carencial generaba en el
resto de la población o bien indiferencia o bien pena, tristeza.
Despertaba solidaridad y empatía en la red social a la que pertenecía.

Pobreza criminalizada

Curiosamente a este tipo de pobreza llegamos de la mano de la
democracia. Un periodo políticamente convulso y de crisis económica.
Poco a poco las tremendas ilusiones de cambio se van disipando a medida
que aumenta la desesperanza al irse comprobando los efectos de la gran
traición que sufrimos los trabajadores en los llamados Pactos de La
Moncloa. Se va consolidando lo que llamaron Transición. La desilusión
se apodera de muchos activistas sociales, que vuelven desencantados a
sus casas, por lo que se resiente y mucho la capacidad de resistencia
del tejido social. En los barrios, se va abandonando la calle y cada
vez la vida es más puertas para adentro. De manera consciente, los
dirigentes de la izquierda política van desarticulando el tejido
social. Tras la derrota colectiva, se impone la búsqueda de soluciones
individuales para salir adelante. La solidaridad activa se resiente. Y
se remata conscientemente. Los medios de comunicación de masas, de la
mano del Ministerio del Interior, inician una feroz campaña
"publicitaria", inventándose un término trágicamente famoso también hoy
día: la inseguridad ciudadana. De repente los titulares ya no hablan
del paro que azota el país (es época de reconversiones industriales),
sino que un sinfín de delitos, muchos de ellos cometidos por niños,
atenazan la conciencia de la opinión pública. Esta miserable campaña
(similar a la que sufrimos hoy día) surte efecto, y la seguridad
ciudadana se convierte en una obsesión. Quienes piden mano dura no son
los de siempre, sino las personas normales de los barrios normales.

Todo esto coincide con la violentísima irrupción de la heroína, que
empieza a causar estragos. Casi nadie se acuerda ya de este silencioso
genocidio que acabó con toda una generación de jóvenes en los barrios
obreros. Y se culpa de ello a los más débiles. Los habitantes de las
barriadas más marginales son presentados ante la opinión pública como
magnates del narcotráfico. Qué curioso que gentes sin recursos ni para
garantizar su subsistencia de un día para otro contaran con la
organización, la logística y el dinero para fletar aviones y barcos con
toneladas y toneladas de heroína. A día de hoy hace falta ser muy
obtuso para creerlo.

En definitiva, que aquellos pobres que antes despertaban la
solidaridad de sus conciudadanos, ahora son los culpables de todos los
males de la sociedad. Dan miedo, y hay que protegerse de ellos. Los
pobres son así criminalizados, objeto no ya de solidaridad sino de
represión. Han quedado socialmente excluidos. Con todas las
consecuencias que tiene la exclusión social sobre quien la sufre, y
sobre el resto de la sociedad, ya que las conductas delictivas se
disparan por esta misma exclusión. Pero así de paso se justifica la
represión y la campaña mediática emprendida contra los "niños
navajeros". Una vez más, una profecía autocumplida.

Mercantilización de la pobreza

El capital no estaba dispuesto a tener un importante porcentaje de
la población al margen de sus tasas de beneficios. Al no poder
explotarlos ni extraerles la plusvalía, se convertían en un estorbo y
en un gasto. Utilizarles como chivo expiatorio ya no era suficiente. Y
por eso idearon cómo exprimirles y a la vez dejarles postrados para
siempre en su situación de indefensión extrema al margen de la sociedad.

Llegó el momento del liberalismo salvaje, especialmente tras el
colapso del estalinismo en Europa del Este. La burguesía se embarcó
entonces en una orgía de privatizaciones de la que los servicios
sociales tampoco se salvaron. Se crean multitud de empresas disfrazadas
de ongs y fundaciones benéficas que se entregan en cuerpo y alma al
control social. Un ejército de educadores, trabajadores sociales y
psicólogos se dedicarán, a partir de entonces, a fiscalizar la vida de
los más pobres, jugando a ser "secretas" en nombre de la ciencia y la
solidaridad. Ingentes cantidades de dinero público pasan a manos de
"entes solidarios" que gestionan los servicios sociales, haciendo
desaparecer legalmente todo ese dineral que el Estado destina a los
pobres, dinero que los pobres nunca ven ni sienten. Los pobres sólo ven
informes, reproches, amenazas y atentados contra su dignidad e
intimidad familiar. Todo el mundo se cree con derecho a decirles qué
tienen que hacer y cómo tienen que vivir. Se les disecciona en multitud
de "mesas del menor" y foros absurdos donde estos nuevos policías
sociales se creen con el derecho de ser jueces y verdugos. Todo ello
por su bien, claro está. Que los pobres lo son porque no saben vivir
decentemente. Con lo que además tenemos coartada ideológica: si no
salen de su situación es porque no quieren, ¡con la cantidad de
recursos que se destinan a ayudarles! Y como los niños dan más pena,
pueden ser más rentables. Así que se los expropian a sus padres y se
los entregan a empresarios sin escrúpulos disfrazados de filántropos
(alguno habrá que en su narcisismo se lo llegará a creer) que gestionan
centros de primera estancia, centros de acogida, centros terapéuticos y
centros de reforma, gestión que dicen realizar siempre pensando en lo
mejor para el menor. Que si no funcionan no es porque las llamadas
intervenciones estén mal diseñadas o porque sus fines no sean los
declarados, sino porque los niños son tan malos y desagradecidos que no
quieren aprovechar su estancia en los centros.

Y así es como hemos llegado a convertir a los niños pobres en
objetos de los que extraer un rendimiento económico. Perverso pero
eficaz, hay que reconocerlo.

Fundación Internacional O´Belen, un ejemplo paradigmático

La Fundación Internacional O´Belen es una de esas organizaciones
sinónimo de lucro que surgieron en los años 90 al calor de la
mercantilización de la pobreza. Inicialmente se decantaron por el
mercado más impune por innovador, el de la psiquiatrización,
convirtiéndose en los pioneros en los centros terapéuticos. También
decidieron ser los pioneros en investigar sobre los trastornos del
comportamiento, más que nada por lo de justificar su negocio, ampliarlo
y de paso darle cobertura científica a las atrocidades que cometen. Así
que se embarcaron en el Proyecto Esperi (que nunca acaba, extendiéndose
en el tiempo mientras duren las subvenciones, que chupar del bote
público no es algo secundario para los mercenarios de la ciencia), que
según sus promotores (Fundación O´Belen, Fundación Iberdrola y
Fundación Accenture) permite desarrollar una herramienta de diagnóstico
precoz de los trastornos del comportamiento en menores. Sin sentir el
más mínimo rubor, se permiten el lujo de asegurar que el 20% de los
niños y adolescentes españoles tienen este trastorno. ¡Qué gran mercado
se han creado! Ellos mismos son los encargados de realizar una
investigación que determina que sus servicios no sólo son necesarios,
sino que cada vez lo son más. Hace falta tener muy poca vergüenza para
intentar colar esto como ciencia. Por muchos psiquiatras de renombre
que recientemente están intentando fichar para sus patéticos y también
subvencionados congresos. Pero como el negocio va viento en popa, todo
el mundo asume u otorga mediante el silencio y la subvención
indiscriminada a estos elementos.

O´Belen no se conforma con la gestión de los centros terapéuticos
para atender en ellos a los chavales que se adecuan a sus servicios
según los criterios que ellos mismos se han inventado, sino que han
extendido el negocio a todo lo relativo a menores. Obviamente ya han
metido el hocico en el mundo de las medidas judiciales para menores
infractores. Ni tampoco le han hecho ascos a abrir todos los centros de
acogida que pueden, que aunque menos rentables que los terapéuticos y
los reformatorios, también dan dinerito. Cómo no, si también es un gran
negocio. Pero van más allá. También controlan en algunas comunidades
autónomas lo relacionado con el acogimiento familiar y los procesos de
adopción. Y no se iban a olvidar de los PRIS (Plan Regional de
Integración Social) que también forman parte del negocio. Y además en
doble sentido: gestionan varios de estos cursos de formación laboral
(trincando la consecuente subvención pública), y posteriormente a
través de la empresa solidaria Aspira que creó, explota directamente a
muchos chavales, ya que primero trabajan gratis haciendo para ellos las
prácticas y posteriormente incorpora a algunos de ellos a la plantilla,
incumpliendo no sólo los distintos convenios colectivos sino incluso el
Estatuto de los Trabajadores en esta bonita e integradora empresa.

Para que no queden dudas del carácter lucrativo de esta fundación,
sólo es necesario ver quienes son los componentes de eso que llaman
"entidad benéfica sin ánimo de lucro": altos directivos de importantes
empresas y políticos de segunda fila que se iban quedando sin poltrona.
Algunos nombres bastarán: Emilio Pinto (presidente de la FIOB, ex
portavoz del PP en Sigüenza), Carlos Moreno (ex concejal en Sigüenza
del PP, miembro de la Diputación de Guadalajara como no adscrito tras
ser expulsado del PP), Jose Carlos Moratilla (ex presidente de la
Diputación de Guadalajara por el PSOE, tras cambiarse la chaqueta del
CDS donde se inició en esto de los asuntos públicos), Jose Morales
(subdirector territorial en Madrid de Ibercaja), Javier Herrero
(consejero delegado de Iberdrola) o Manuel Pizarro (ex presidente de
Endesa y número dos en las listas del PP en las últimas elecciones
generales). Y como no podía ser de otra manera, también cuentan con el
manto protector de la Iglesia, siendo miembro fundador de O´Belen
Manuel Ureña, arzobispo de Zaragoza.

En resumen, en lugar de eminentes psicólogos, pedagogos y
educadores, así como destacadas figuras comunitarias (lo que
esperaríamos si ingenuamente nos creyéramos aquello del altruismo a
favor de los niños desamparados) nos encontramos con un curioso elenco
de políticos profesionales derechistas de segunda fila e importantes
empresarios, todos ellos bendecidos por un Arzobispo.

Esta Fundación se financia en más de un 90% del dinero que le
entregan las distintas administraciones, es decir, del dinero de
nuestros impuestos. Sin embargo, cuenta con patrocinadores, entre los
que destacan Peugeot, Grupo Lábaro, Alvargómez Gestión Inmobiliaria y
la Diputación de Guadalajara (es decir, más dinero público). Ante esta
tozuda realidad, para seguir creyendo en el no afán de lucro es
necesario un verdadero auto de fe.

¿Qué pasa en los centros de menores? Tercera parte

El papel del educador en los centros de menores

Seguramente sea una de las figuras más importantes dentro de un
centro de menores, y quizá por eso mismo es una de las más desconocidas.

Al acercarnos al mundo del educador, lo primero que llama la
atención es la enorme precariedad laboral que existe en el sector,
equiparable a la existente en las cadenas de comida rápida. Es otro de
los beneficios de la privatización: contratos a fin de obra, sueldos no
siempre mileuristas, horas y turnos extra ni pagados ni agradecidos,
etc. Esta situación precaria favorece a su vez una represión laboral y
una persecución sindical muy acusada (como la sufrida por los
compañeros de CGT en el centro Los Rosales, gestionado en Madrid por
Siglo XXI), lo que permite a la patronal del sector silenciar a base de
despidos y no renovaciones cualquier actividad sindical que se salga
del amarillismo y cualquier discrepancia metodológica que se pueda
plantear. Ante esta situación y la terrible presión institucional que
lleva hacia el maltrato, es cuando podemos empezar a comprender que la
mayoría de los educadores en centros de menores son los que ya no
trabajan en ellos. La mayoría de los contratados no llega al año de
permanencia (muchos ni al mes), y tras esta traumática experiencia la
mayoría abandonan para siempre el sector profesional de "lo social".

Ya tenemos una visión de la realidad laboral del educador. Pero esta
patética situación (a la que hemos llegado con la connivencia de los
partidos de la izquierda parlamentaria y por la pasividad de los
sindicatos de clase mayoritarios) no justifica que se maltrate a los
chavales. Porque, si bien es verdad que protocolos, normativas,
tradiciones de cada institución y demás son por sí solas generadoras de
dinámicas profundamente dañinas, no podemos olvidar que la mano
ejecutora del maltrato en última instancia es el educador.

¿Qué educadores hay en los centros de menores?

Ya hemos visto que la mayoría de las personas que entran en contacto
con este mundo sumergido al margen de la realidad (en los centros de
menores, al igual que en los centros penitenciarios para adultos, no se
viven 365 días al año, sino el mismo día 365 veces) huyen despavoridas
de él. De forma que se produce una especie de "selección natural" a la
inversa. Así que vamos a intentar exponer una tipología descriptiva de
los profesionales del sector. Encontramos tres subtipos fundamentales:
el sádico, el tonto útil y el educador propiamente dicho.

El sádico:
Afortunadamente no son muchos (aunque tampoco
son pocos), pero su papel suele ser preponderante en la vida y
funcionamiento de los centros. La pequeñez personal que sienten en su
vida extramuros tratan de resolverla erigiéndose en dioses intramuros,
descargando sus frustraciones vitales sobre los menores, totalmente
indefensos ante el poder absoluto que la institución otorga al educador
sobre el menor. Su "acción educativa" se sustenta en el recurso
continuo al aislamiento, la amenaza, el grito, el insulto y la vejación
permanente. Suelen ser los que mayores barbaridades cometen en nombre
de la contención física. Desquician a los menores con su persecución
constante, casi siempre en base a nimiedades e incluso ante paranoicas
conspiraciones de los menores que ellos mismos inventan. Puede parecer
incluso que estuvieran jugando a ser policías, montando y desmontando
tramas con el único fin aparente de elevar su ego a costa de infligir
un sufrimiento añadido a los menores (saltándose a la torera la
normativa cuando lo creen conveniente, para así endurecerla y ponerla a
su servicio personal, todo ello de manera impune incluso cuando la
dirección del centro tiene conocimiento de ello).

Este colectivo de sádicos está compuesto por un amplio elenco de
sujetos: porteros de discoteca, ex vigilantes de seguridad, monitores
de gimnasio, ex militares, ex legionarios, etc…pero también por
diplomados y licenciados universitarios.

El tonto útil:
Bastante jóvenes, generalmente recién
titulados, y avalados por un buen curriculum académico. Son los
componentes mayoritarios de los equipos educativos. No han tenido
ningún contacto previo con nada que se parezca a la exclusión social;
eso sí, alguno de ellos ha trabajado alguna vez como monitor de ocio y
tiempo libre, por aquello de "siempre he querido trabajar con
chavales", que queda muy bien en la entrevista de trabajo.

Tolerantes y progresistas por definición, se acercan al mundo de los
centros (y al de la marginación) llenos de buena voluntad y vocación,
pero no exentos de cierto tufillo clasista y paternalista propio del
ambiente universitario: ellos son los que saben qué le conviene a la
gente, y se creen capacitados y por ello con derecho a entrometerse y
juzgar la vida de los demás, y a indicarles lo que tienen que hacer con
sus vidas, eso sí siempre por su bien.

Su principal cualidad es la incoherencia: se muestran todopoderosos
con los críos y sumamente inseguros y sumisos con el resto,
especialmente con sus superiores, con la empresa y con quienes se
muestran aparentemente seguros de lo que están haciendo (los sádicos).

De manera consciente no suelen maltratar a nadie, pero su labor en
el centro suele limitarse a ser meros aplicadores de normativas como
autómatas, convirtiéndose en fieles correas de transmisión del maltrato
institucionalmente ideado. Como buenos y sumisos estudiantes que han
sido siempre (en las reuniones de equipo "toman apuntes"), muestran un
feroz espíritu acrítico (que para algo el sistema educativo funciona
como funciona), lo que les lleva a asumir como propios los valores de
la empresa solidaria de la que forman parte (aceptando alegremente
condiciones laborales draconianas por el bien de los niños). Aunque
parezca mentira, llegan a creerse que todo lo que hacen es por el bien
del menor…¡interiorizan que engrilletar y aislar aun niño es
educativo!

Por regla general, junto al acriticismo más indigno, se muestran
especialmente timoratos. Esta debilidad de caracter, por no hablar
abiertamente de cobardía infame, les lleva a mirar continuamente para
otro lado, limitándose a reírle las gracias a los sádicos de los que
hablábamos antes. E incluso algunos tratan de imitarles convencidos de
que así harán mejor su trabajo (y algún día serán ascendidos a
coordinadores).

El educador:
Es decir, el que educa. Son pocos, y
generalmente aislados dentro de los centros. Se trata de personas que
consideran que lo importante no es la consejería de Bienestar Social,
ni sus técnicos, ni la fundación que paga su nómina…sino los
chavales. Honradamente trata de hacer su trabajo. Es consciente o ha
ido tomando consciencia de la realidad de los centros, y ha decidido
quedarse a pesar de todo y de todos. Sabe o intuye que la espada de
Damocles pende sobre él continuamente en forma de despido, pero aun así
decide ser educador y no dejarse llevar por lo más fácil: actuar como
carcelero.

La privación de libertad siempre tiene nefastas consecuencias, más
para los niños. Pero incluso en estos purgatorios, se puede llegar a
realizar una labor educativa, por mínima que sea, y es necesaria
mientras los centros sigan existiendo. Pero la honradez y las ganas de
trabajar por los chavales no son suficientes. El educador debe reunir
ciertas características personales que le permitan ser útil para este
tipo de labor. Lo primero que necesita un educador es una sólida
formación, tanto académica como vital. Sin esta formación, muchas
situaciones se le escaparán de las manos, ya que tendrá que afrontar
situaciones muy complejas y problemáticas que exijan tanto un amplio
conocimiento como el hecho de "tener calle". Su madurez personal será
fundamental, ya que muchas situaciones le van a afectar personalmente y
debe saber encajarlas. Y le van a afectar porque si ha decidido ser
educador y no carcelero, sólo podrá trabajar desde el compromiso. Debe
comprometerse con el chaval, trabajando desde el encuentro personal,
acercándose a él, rompiendo con la distancia que impone la institución
(y muchas veces las absurdas teorías que le habrán explicado en la
facultad). Pero inevitablemente, al menos en un primer momento, será
recibido por el chaval con desprecio, hostilidad e incluso agresividad
(algo normal, resultado del propio encierro y de su propia historia de
vida). Pero para no responder devolviendo esa misma hostilidad y
agresividad (utilizando el poder que le otorga la institución), el
educador debe tener una fuerte resistencia a la frustración, ya que la
muchas veces nula respuesta incial del chaval, al igual que la
resistencia de la institución ante todas las iniciativas que llegue a
plantear, es muy frustrante.

Además, el educador debe gozar de una importante creatividad, para
tratar de paliar la enorme pobreza a todos los niveles de su lugar de
trabajo, lo que será fundamental para potenciar las cualidades innatas
de cada chaval. Y también debe ser muy flexible. Esta flexibilidad no
sólo permitirá al educador entender al menor y sus circunstancias, sino
que le ayudará a aplicar la normativa de la forma menos dañina posible
para el menor.

Este conjunto de cualidades llevarán al educador a ganarse cierta
autoridad ante los menores. Pero una autoridad personal (es decir, de
alguna manera le facilitará ser adulto de referencia para el menor), no
una autoridad impuesta por ley (que no es autoridad sino capacidad para
ejercer poder autoritario sobre otro, a través de la fuerza o la
amenaza de su utilización). Y si a todo esto le sumamos una fuerte
capacidad empática, podremos empezar a hablar de proceso educativo.
Esta empatía implica estar cercanos al chaval, no para ser uno de
ellos, pero sí para conseguir cierta intimidad con él, sin abusar del
poder que tiene como educador, sin imponer su criterio, pero
manteniendo el rol de adulto de referencia. Así, poco a poco, cuando el
chico perciba la autenticidad personal del educador, podrá vencer las
lógicas resistencias y prevenciones previas y podrán comenzar a
recorrer juntos el camino de intercambios personales en que consiste en
realidad eso tan raro de educar. Si es capaz de escuchar y estar cerca
del chico, si es capaz de crear espacios y tiempos de encuentro
personal, que son como islas en un mar de agresión institucional, el
chaval será capaz de pararse a reflexionar, e interpretar de manera
autocrítica su vida. Si el educador es capaz de llegar a esto, tal vez
el internamiento pueda servir para algo más que para someter, humillar,
castigar y llenar de odio y rabia las entrañas del menor.

¿Qué es educar?

Si en el apartado anterior comenzábamos definiendo al educador como
aquel que intenta educar, nos enfrentamos ahora a la necesidad de
definir esta labor. Debemos partir de la aclaración de que es un
proceso vital que se da en cualquier sociedad desde que esta existe. No
es una categoría profesional. No es exclusiva de una élite que deba
gozar de un prestigio especial. Todos somos educados y todos educamos
cada vez que nos relacionamos con un niño. La diferencia (de grado)
radica en el compromiso que el educador asume en la vida del niño al
intentar hacerse cargo de su proceso educativo, de por sí viciado por
una biografía marcada por el abandono sistemático y la exclusión social.

Así, asumido el fracaso de la institucionalización que acabamos de
revisar, cobra especial relevancia la alternativa de generar espacios
de encuentro personal con el niño excluido. Es necesario constatar el
punto de partida: educar solo puede ser un ejercicio afectivo que se
funda en el vínculo entre el adulto y el niño al que estamos formando.

Así, es bajo este prisma desde el que debemos entender la apuesta
que se basa en la renuncia a las relaciones basadas en la dominación y
la cosificación. Construir un modo de intervención que genere vínculos
personales a partir de la intención de aquel que educa de sumergirse en
la realidad que el niño al que quiere educar vive: su familia, su
estatus económico, su biografía anterior, etc…Hacer un minucioso
acopio de datos que formen parte de su universo de sentido para, con
ello, comenzar a construir un vínculo empático. Un encuentro personal,
fuera de espacios creados artificialmente y basados en la
despersonalización de todo aquello que rodea la intervención
institucionalizada con el niño y generador, en sí mismo, de sentido
afectivo para ambos.

Desde esto, el adulto se acerca al niño al que quiere educar si se
acerca a su mundo y le comprende desde él. Conseguido esto, su
intervención con él seguirá todo el tiempo fundamentada en el vínculo
que les une y deberá responder a la intención de sanar, o al menos,
paliar las deficiencias que ha ido descubriendo en el mundo que le
rodeaba. El niño es víctima de un contexto en el que sus necesidades
han sido sistemáticamente ignoradas o diferidas durante toda su vida y
el educador ha podido comprobarlo; igualmente ha entendido el origen de
sus mecanismos de defensa, sus bloqueos, etc…con lo que su contacto
estará fundado en la empatía que éstos le hayan despertado y en la
confianza que el niño vaya aprendiendo a tener en un adulto que
comienza a ser una figura de referencia para él.

El adulto debe anticipar altruistamente sus esfuerzos y dejar de
esperar consecuencias inmediatas de sus actos -rasgo que probablemente
haya aprendido de alguna de las novísimas escuelas de psicología
infantil y juvenil o de alguno de los múltiples modos de intervención
con menores en exclusión social que pueden ser aprendidos actualmente
en las universidades y en el mundo laboral que rodea el trabajo con la
pobreza y la niñez-, para mostrarse en una relación auténticamente
humana.

De todas las desventuras y satisfacciones que ésta generara debemos
especificar especialmente una intención: sólo puedo organizar -o
construir, en la mayoría de los casos- el mundo íntimo de un niño si
organizo su mundo exterior, si normalizo su modo de relación con la
realidad que le rodea, si garantizo su seguridad y su estabilidad tanto
inmediata como, sobre todo, a medio plazo. Desde la calma, la
serenidad, la paciencia, la perseverancia y la tenacidad ir
construyendo un mundo con sentido alrededor del niño o adolescente,
para que él pueda ir reconstruyendo su mundo íntimo. Sólo esto nos
garantiza un intento honesto de trabajo con niños en situación de
exclusión social.

http://fundacionobelenno.blogspot.es/


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